Hace año y medio Philomène Dayiti tuvo que huir de las pandillas y refugiarse en una iglesia de Puerto Príncipe, reconvertida en un campo para desplazados internos. Su angustia es la de cientos de miles de haitianos en un país sometido a la violencia de las bandas armadas.
«Me gustaría volver a casa, encontrar un lugar donde descansar. No puedo quedarme aquí por siempre», dice esta mujer a la AFP.
Dayiti, de 65 años, vivía en Bas-Delmas, un municipio peligroso del área metropolitana de la capital, donde sobrevivía vendiendo productos en la calle.
Cuando los enfrentamientos entre pandillas la obligaron a huir de su barrio, encontró refugio en la iglesia internacional primitiva, en Delmas 19, a las afueras de Puerto Príncipe.